miércoles, 17 de agosto de 2016

Necesito desahogarme.

Necesito desahogarme. 


Le quiero, o eso creo.
No lo sé, no sé nada, nunca lo supe, llevo mucho tiempo perdida en lo que a sentimientos se refiere.
Cuando la veo a ella se me sube todo. Puedo contenerme tardes enteras, pasear con ella y rozar su mano, agarrarle el dedo meñique, juguetear con su pulgar. Puedo abrazarla después de una broma (solo la pico para poder abrazarla después), pero siempre me contengo. Siempre guardándome todo durante horas. Y antes de irme, un abrazo, le doy un beso en el cuello, inspiro fuerte su olor y me separo. Me mira, me acerca. Y la beso. Un segundo, sus labios se juntan con los míos. Cierro los ojos, se para el tiempo, desconecto. Y luego vuelvo de golpe al mundo real cuando se separa. Solo un segundo cada vez que nos vemos. Uno solo y me deja en una nube por horas. Me voy andando, casi tropezándome, casi dormida, casi separada de mi cuerpo. Va mi corazón por delante de mi cabeza. Pero estoy lejos y todo se cae con el paso de las horas. Vuelvo a mi estado normal y me acostumbro a su ausencia, a estar sin ella. Lo odio. Esa normalidad, esa falta de emoción.


Y ahí está él. Que le veo y me pone de los nervios. Me besa y se despierta hasta el ultimo poro de mi piel. Me encanta morderle el cuello, me encanta acariciarle el pecho, me encanta jugar con sus labios, me encanta esquivarle y que me agarre para acercarme. Me encanta que se enfade. Me encanta su espalda, su barbilla, sus manos. Me gusta estar abrazada a él, pegada a su corazón, escuchando sus latidos. Me relaja, me tranquiliza, me siento a gusto. Y sus caricias, que me excitan, que me enamoran, que me duermen y me hacen reír. Es tan terriblemente sexy su seriedad. Sus movimientos son tan armoniosos que hasta el verle caminar parece música. Sus tonterías me alegran las tardes. Le llamo imbécil por no decirle que le quiero, porque podría decírselo todo el tiempo. 
Pero duele tanto no tenerle. Duele infinitamente. Hacía mucho que algo no dolía tanto. Me duele que él no me vea como yo le veo a él, que no esté tan terriblemente enamorado como yo lo estoy de él.


La ausencia de ella duele tanto como la falta de él. Duelen, pero es probable que nadie lo entienda. Escalofríos con una guitarra en mis auriculares y un teclado en mis manos. Escalofríos tumbada en mi cama pensando en ellos. En esos pequeños sentimientos que llevo dentro y que me destrozan por no ser capaz de controlarlos.

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