Cuidado, soy efímera.
Inexistente, como el tiempo en el que ahora estoy, para ti, completa y continua. Cuando deje este cuarto volveré a ser yo, caminante.
Me observas, me interpretas, me nombras, me quemas, me encuentras.
Te escondes, tus ojos son inalcanzables, no entiendo qué pasa ahí dentro, pero quiero entrar, déjame atracar en tus pupilas.
Miradas discontinuas y alteradas, advertencias temporales indemostrables, hacerme la dura y no conseguirte, amedrentada frente a la sorpresa de tu atención, me sentía ligera y frágil.
Me levanto, desnuda tras una manta que cubre mi sentencia. Te evaporas lentamente. Vuelve. Déjame memorizarte un poco más.
Jugamos y perdí, como me pierdo ahora en la lejanía, en tu distancia, acércate, como sea, pero vuelve otra vez. Dos noches no son suficientes, y la despedida fue demasiado corta para traerte de vuelta. Quédate a mi lado otra noche más, una extraña, entretenida y dubitativa, como yo.
Suspiro, entro, miro la puerta a cada minuto, por si apareces. Quizás pidiendo un café me veas buscándote en el vapor y comprendas... que aquella noche fría fui sincera, inesperada e impulsiva, al igual que mi estancia.
Ahora he vuelto y me vuelas, te lo explico: siento que te he dejado atrás, que estás a un huracán de distancia. No puedes despedirte, tumbarte en mi cama, pedirme que me quede o morderme el cuello. No más salir a fumar esperando que vengas detrás. Sigues sentado en el bar, pero sin mí al otro lado de la pared. Espero que mañana no llegue nunca.
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